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La genealogía de Cristo con la que se abre el Evangelio de Mateo (1,1- 17), siguiendo la estela de una antigua práctica literaria hebrea y oriental, da lugar a un imaginativo portento narrativo que el autor del texto supo modelar siguiendo la tradición judía. Otro tanto sucederá con el autor del Evangelio de Lucas (3,23-38), si bien en este caso escogió este disponer la lista justo después del bautismo de Jesús (3,21- 22), recurriendo para ello a otro interesantísimo ardid narrativo de evidente interés locativo.Ambas listas, como es sabido, ofrecen no pocas divergencias en la enumeración de los ancestros, hasta el punto de que la lista de Mateo consigna cuarenta y uno, frente a la lucana que incluye setenta y siete nombres. Ello dio lugar a toda una serie de desavenencias y escarnios que, buscando hallar una concordancia de los dos listados, hubieron de afrontar los autores cristianos de los primeros siglos para poder silenciar tales divergencias por medio de toda una serie de explicaciones y concordancias, que en no pocas ocasiones llegaban incluso a violentar los mismos textos.Podrá imaginar el lector, con toda lógica, el potencial interés que tales divergencias pusieron en manos de polemistas de diverso género en momentos distintos: judíos primeramente, junto con otros, pero con el tiempo también los musulmanes, que es el contexto preciso al que corresponde el texto objeto del presente estudio, el cual, por más señas, no es otro que el mozárabe andalusí.Aunque, como veremos en su lugar, el texto nos ha llegado a través de una copia de finales del siglo XIV, que es a su vez una copia de un texto previo del s. XII, el original creemos que hay que retrotaerlo a un periodo anterior, el cual pudiera ser dos centurias antes, con posi¡bilidades de poder ser incluso más vetusto, del s. IX en concreto, un siglo en el que las traducciones de textos latinos al árabe se encontraban ya generalizadas, como así lo hemos creido demostrar en una serie de trabajos sobre las traducciones de textos neotestamentarios andalusíes.Que este ?texto eusebiano' aparezca junto con otras traducciones como los Evangelios y el ciclo de lecturas evangélicas anuales tiene su importancia, pues confirma una práctica establecida entre los escribas visigodos en la que los códices combinaban obras de uso y lectura habitual en sus centros monásticos. La inclusión del ?texto de Eusebio' en el Cod. arab. 238 puede ser explicado, en parte, por uno de los dos prólogos que contiene dicho códice: a saber, que la data del s. XII nos sitúa en uno de los periodos álgidos de la producción polemista entre autores cristianos y musulmanes en los territorios ya ocupados por los cristianos, como puede advertirse, v.gr., en al-Maqami? al-?ulban de al-tlazragi.Pero claro, ese texto del s. XII (copiado más adelante en el s. XIV), como sucede con otros materiales, como los atribuidos a I:Iaf$ b. Albar al-Quri (fl. ss. IX-X), hubieron de ser traducidos en épocas anteriores, durante las cuales la diatriba polemista ya era plenamente ejercitada en todas sus dimensiones escriturarias y teológicas, como así lo evi¡dencian autores como Ibn I:Iazm o Abu 1-Walid al-Bagi en el s. XI. Por lo tanto, creer que este texto ya debía circular, cuando menos en el s. X, no pensamos que sea una hipótesis en demasía descabellada.Por último, y una vez más, es nuestro deseo que este trabajo contribuya, en la medida de sus posibilidades, al avance en el estudio de la producción mozárabe que en lengua árabe desarrollaron los traduc¡tores bilingües latino-árabes, tanto en al-Andalus como más allá de sus fronteras.