En el cuento propiamente dicho -
donde no hay espacio para desarrollar
caracteres o para una gran profusión y
variedad incidental -, la mera
construcción se requiere mucho más
imperiosamente que en la novela. En
esta última, una trama defectuosa
puede escapar a la observación, cosa
que jamás ocurrirá en un cuento.
Empero, la mayoría de nuestros
cuentistas desdeñan la distinción.
Parecen empezar sus relatos sin saber
como van a terminar ; y, por lo general,
sus finales - como otros tantos
gobiernos de Trínculo -, parecen haber
olvidado sus comienzos.